Álvaro
Silva
Acantilado,
Barcelona 2015. Págs. 424
Álvaro
Silva (Vitoria 1949) es conocido por ser un gran especialista en Tomas Moro y
por su dedicación al humanismo, pero ahora se presenta como novelista con Camina la noche y para ser la primera
incursión en el género no deja de sorprender. Aunque vive en Boston desde 1980
no ha perdido sus raíces hispanas y prueba de ello es el culto castellano que
utiliza y el mismo tema de la novela.
Tiene
tres partes, dos de ellas, la primera y la última transcurren en 1962 y son la
misma acción, la intermedia, la más extensa, se desarrolla en 1936 en el mes de
julio y en el momento en que se inicia la guerra civil española. Todo el decorado
es madrileño.
La
historia tiene una cierta intriga y es ingeniosa, pero no se pretende que el
lector descubra nada. Isabel Ramos, hija única de María, no ha conocido a su
padre y su madre lo único que le puede contar es que en los momentos del inicio
de la guerra poco después de casarse y de haberse trasladado de un pueblo de
Burgos a Madrid con poquísimo dinero, una mañana salió de casa y ya nunca
volvió a saber de él. Isabel, que siempre vive con el deseo de saber qué ha
pasado con su padre, un día recibe una extraña llamada telefónica preguntando
por él. Silva, entonces, retrocede en el tiempo, hasta 1936, comenzando la
segunda parte.
El
relato de 1936 es el núcleo fuerte de la novela. Es la sorprendente historia de
Cristóbal Ramos, el padre desaparecido; de Sabino Gómez Duval, un sacerdote y
de Julio Espino un comisario de policía recién trasladado de una comisaría madrileña
al ministerio del interior para iniciar con otros un nuevo servicio de
inteligencia.
No
puedo detallar los hechos para no desvelar la agudísima trama de la novela, que
la hacen muy singular, basten algunos detalles. Cristóbal es poseedor de una
historia de amor conmovedora y de una fe sencilla y de una gran fortaleza. El
comisario Espino es un hombre bueno, pero su afán por hacer bien las cosas y
por progresar en su profesión no le permiten ver los hechos con claridad y
aunque tiene el consejo e intuición de su mujer que siempre le ha aconsejado
correctamente, en esta ocasión le faltan agallas para tomar las decisiones
adecuadas. El sacerdote también quiere hacer las cosas bien y tomar las
decisiones correctas y posiblemente las toma, aunque de un modo involuntario
actúa de un modo terrible sobre la vida de Cristóbal.
Esta
segunda parte es gloriosa, con unas descripciones de los horrores de aquellos
momentos ponderados pero justos y escalofriantes. Pero sobre todo es un estudio
de la interioridad humana, finísimo y profundo. El autor sabe penetrar tanto en
el interior de Cristóbal, como en el del sacerdote o en del policía, e igualmente
en la interioridad femenina tan sutil como variada y desconcertante para el
hombre, manifestando un conocimiento de la persona que no es común en la
narrativa actual. Sólo por esto la novela merecería la pena. Pero además los
cuadros de acontecimientos y de lugares son vivos, coloristas, sabiendo pararse
en detalles que a otros se pueden pasar inadvertidos.
La
tercera parte es el encuentro de todos los personajes, y la solución común. Breve
como la primera, pero es redonda y se vuelve a penetrar en el interior del
corazón de las personas incidiendo en el tema del arrepentimiento y el perdón,
del que el autor vuelve a dar muestras de un fina intuición y conocimiento y de
una buena carga antropológica.
Dejo
para el final hablar del lenguaje. Es rico, purista, preciso, quizá un poco
denso y prolijo en ocasiones, con párrafos largos y minuciosas descripciones.
Puede
cansar a algunos lectores, pero es un ejemplo de una buena literatura siguiendo
los cánones de un castellano puro y de cómo el clasicismo bien empleado arropa
formalmente a una novela inteligente.
Creo
que hacía mucho tiempo que no leía una novela tan cuidada, tan exquisita,
aunque conociendo al autor era lógico que si derivaba por estos derroteros el resultado
no podría ser otro.