viernes, 23 de octubre de 2015

Camina la noche


Álvaro Silva
Acantilado, Barcelona 2015. Págs. 424


Álvaro Silva (Vitoria 1949) es conocido por ser un gran especialista en Tomas Moro y por su dedicación al humanismo, pero ahora se presenta como novelista con Camina la noche y para ser la primera incursión en el género no deja de sorprender. Aunque vive en Boston desde 1980 no ha perdido sus raíces hispanas y prueba de ello es el culto castellano que utiliza y el mismo tema de la novela.

Tiene tres partes, dos de ellas, la primera y la última transcurren en 1962 y son la misma acción, la intermedia, la más extensa, se desarrolla en 1936 en el mes de julio y en el momento en que se inicia la guerra civil española. Todo el decorado es madrileño.

La historia tiene una cierta intriga y es ingeniosa, pero no se pretende que el lector descubra nada. Isabel Ramos, hija única de María, no ha conocido a su padre y su madre lo único que le puede contar es que en los momentos del inicio de la guerra poco después de casarse y de haberse trasladado de un pueblo de Burgos a Madrid con poquísimo dinero, una mañana salió de casa y ya nunca volvió a saber de él. Isabel, que siempre vive con el deseo de saber qué ha pasado con su padre, un día recibe una extraña llamada telefónica preguntando por él. Silva, entonces, retrocede en el tiempo, hasta 1936, comenzando la segunda parte.

El relato de 1936 es el núcleo fuerte de la novela. Es la sorprendente historia de Cristóbal Ramos, el padre desaparecido; de Sabino Gómez Duval, un sacerdote y de Julio Espino un comisario de policía recién trasladado de una comisaría madrileña al ministerio del interior para iniciar con otros un nuevo servicio de inteligencia.


No puedo detallar los hechos para no desvelar la agudísima trama de la novela, que la hacen muy singular, basten algunos detalles. Cristóbal es poseedor de una historia de amor conmovedora y de una fe sencilla y de una gran fortaleza. El comisario Espino es un hombre bueno, pero su afán por hacer bien las cosas y por progresar en su profesión no le permiten ver los hechos con claridad y aunque tiene el consejo e intuición de su mujer que siempre le ha aconsejado correctamente, en esta ocasión le faltan agallas para tomar las decisiones adecuadas. El sacerdote también quiere hacer las cosas bien y tomar las decisiones correctas y posiblemente las toma, aunque de un modo involuntario actúa de un modo terrible sobre la vida de Cristóbal.

Esta segunda parte es gloriosa, con unas descripciones de los horrores de aquellos momentos ponderados pero justos y escalofriantes. Pero sobre todo es un estudio de la interioridad humana, finísimo y profundo. El autor sabe penetrar tanto en el interior de Cristóbal, como en el del sacerdote o en del policía, e igualmente en la interioridad femenina tan sutil como variada y desconcertante para el hombre, manifestando un conocimiento de la persona que no es común en la narrativa actual. Sólo por esto la novela merecería la pena. Pero además los cuadros de acontecimientos y de lugares son vivos, coloristas, sabiendo pararse en detalles que a otros se pueden pasar inadvertidos.

La tercera parte es el encuentro de todos los personajes, y la solución común. Breve como la primera, pero es redonda y se vuelve a penetrar en el interior del corazón de las personas incidiendo en el tema del arrepentimiento y el perdón, del que el autor vuelve a dar muestras de un fina intuición y conocimiento y de una buena carga antropológica.

Dejo para el final hablar del lenguaje. Es rico, purista, preciso, quizá un poco denso y prolijo en ocasiones, con párrafos largos y minuciosas descripciones.

Puede cansar a algunos lectores, pero es un ejemplo de una buena literatura siguiendo los cánones de un castellano puro y de cómo el clasicismo bien empleado arropa formalmente a una novela inteligente.


Creo que hacía mucho tiempo que no leía una novela tan cuidada, tan exquisita, aunque conociendo al autor era lógico que si derivaba por estos derroteros el resultado no podría ser otro.

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