sábado, 2 de septiembre de 2017

Cuatro mendrugos de pan. De las tinieblas a la alegría


Magda Hollader-Lafon
Periférica, Cáceres, 2017, Págs. 135. TO. Quatre petits bous de pains. Trad. Laura Salas Rodríguez.

La literatura sobre el holocausto es exhaustiva y constantemente están apareciendo nuevas publicaciones que han producido en los lectores un efecto de saturación, por eso cuesta ponerse a leer otra nueva novela de esta temática. Sin embargo, estamos ante algo distinto y novedoso.

La autora, superviviente del holocausto, es unos de los 437.403 judíos húngaros que fueron deportados entre el 15 de mayo y el 9 de julio de 1944 y exterminados en los campos nazis, sobre todo en Auschwitz-Birkenau. Como se explica bien en la introducción de los editores y en la nota histórica final que contiene el libro, el exterminio de los judíos húngaros, fue sistemático, profesionalizado, cruel hasta la saciedad, ya que se ciñó a un plan perfectamente diseñado que se había ido elaborando en las sucesivas deportaciones de otros países europeos. La autora, de manera milagrosa, pudo salvar su vida con otras mujeres a base de arrojo, de valentía, de fortaleza, tanto en la permanencia en los campos, como en el momento de la huida.

Pero en los dos relatos que componen el libro, Hollander-Laffon no pretende volver a contarnos los horrores de esos tremendos días, sino más bien mostrarnos algo a lo que no estamos acostumbrados: aspectos humanos, delicadezas humanas, que hasta en situaciones tan extremas están presentes. Es una nueva visión de los campos. No se prescinde de relatar momentos duros, crueles, pero son colaterales, no es lo importante, son el fondo del cuadro; lo que vale son los detalles de humanidad que la autora insiste en mostrarnos y que nos demuestran que el hombre, esté en la situación que esté, no deja de ser humano, aunque le quede muy poco. Ella misma se encontró en un camino que “estaba lleno de espinos que me han herido a menudo, pero el sol ha ido apareciendo en el momento justo” y que acabó feliz gracias a que “el amor ha secado las heridas que representan las correspondientes aperturas a los caminos de la amistad” (pág. 68)

El libro está formado por dos relatos. El primero, Los caminos del tiempo fue escrito en 1977 después de una permanencia en un hospital, y es un testimonio de aquellos momentos trágicos que pasó. Son capítulos breves, compuestos por retazos de lo que la memoria le va trayendo, a veces son poéticos, a veces son más duros, pero siempre esperanzados. De uno de estos relatos se extrae el título. Aquí se presenta una reedición de ese testimonio, corregido por la autora.

El segundo, De las tinieblas a la alegría, es pura poesía y sentimiento. Toda una profunda reflexión interior, elaborada en base a los relatos que ha ido transmitiendo a sus alumnos de educación primaria y secundaria. Representa el camino de búsqueda de un Dios que no es fácil encontrar entre tanta barbarie deshumanizada, y por eso concluye diciendo: “Estoy segura de que Tu, mi Dios, no querías el Holocausto y que el sufrimiento de cada uno de nosotros es Tu propio sufrimiento” (Pág. 123)


En resumen: un libro que merece la pena ser leído y que se escapa de todos los moldes que nos hayamos forjado de esos acontecimientos históricos y de sus sufridos y, muchos de ellos, asesinados, protagonistas.

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