miércoles, 23 de enero de 2013

LAS RUINAS DEL AMOR




Tsruyá Shalev
Las ruinas del amor
Galaxia Gutenberg/ Círculo de Lectores. Barcelona 2010
596 págs. 24 € T.o.: Late family
Traducción: Ana Mª Bejarano

Truyá Shalev (Kinneret 1959), pertenece a un grupo de escritores israelitas que se han desmarcado de la línea sionista y política común de la literatura judía, aunque sin abandonar sus raíces. Sus obras se aprovechan de la geografía, la historia y la literatura bíblica, salpicándolas de referencias a las fiestas, los lugares y a la Biblia, pero dándoles un sabor propio. Por los temas sobre los que escriben y sus planteamientos están más próximos a la literatura europea que a la literatura sionista.
T. Shalev (no confundir con Meir Shalev, Mahalal 1948) tiene una formación literaria profunda que proviene de su mismo ambiente familiar. Es esencialmente poetisa y se refleja en los pasajes de gran lirismo que se encuentran en todas sus novelas hay. Su mirada es siempre profunda y aguda, penetrando en las cosas, las situaciones y sobre todo en la persona y sus sentimientos.
Las Ruinas del Amor es la tercera novela de lo que podríamos considerar un ciclo sobre el amor en la pareja, comenzado en 1997 con Vida amorosa, continuado con Marido y Mujer en 2002 y ahora finalizado con Las ruinas del amor (2010). La primera es la historia del matrimonio entre un sexagenario déspota y cínico y la joven hija de un amigo suyo, en la que los sentimientos de dominio y sumisión son examinados en detalle. El segundo –Marido y Mujer- describe la convivencia de una pareja en situación psicológica extrema, ya que el miedo a que desaparezca el amor entre ellos les lleva a situaciones patológicas. Estas dos novelas ya comienzan a plantear el fondo de la tercera, la extinción del sentimiento amoroso: si el amor desaparece, si lo que se creía una gozosa vida fundamentada en la atracción ya no es tan evidente, si supuestamente la libertad personal se ve limitada, ¿por qué seguir unidos?
Así se entra en el tema de Las Ruinas del Amor. El título es sugestivo y se puede entender desde muchos enfoques: son las ruinas de lo que parecía un amor eterno, pero viciado desde el principio porque no había auténtica entrega y se iba desmoronando poco a poco; son ruinas humanas ya que los personajes pierden la alegría, la fuerza que tenían en la vida familiar y personal, el complemento que les permitía vivir con seguridad. Son ruinas del amor, en el caso de los hijos que sufren la separación y que son los más profundamente heridos.
Los pasajes describiendo las conductas alteradas de los niños, sus temores, sus sufrimientos y sus reacciones ante el divorcio de los padres, frecuentes a lo largo de la novela, están muy bien elaborados. Abundan frases contundentes alertando de lo terrible del divorcio: “separarse es uno de los peores traumas por los que se puede pasar, es tan grave como un duelo pero sin legitimación (pág. 196) y señalando insistentemente que no hay marcha atrás, agudizándose la angustia de la situación.
Toda la historia está contada desde el mundo interior de la protagonista, Ela, y desde ella hablan los diversos personajes, conviviendo monólogos, con descripción de sentimientos y con diálogos bien montados. No se sabe bien qué da origen al divorcio; los dos protagonistas son arqueólogos, comparten trabajos y la admiración de ella por él fue el inicio del idilio; sí quiere la autora recalcar la existencia de un padre exigente, que tiene a la madre casi esclavizada y que no supo nada más que engendrar miedos en la familia, como posible causa de la situación afectiva de Ela.
Después de la separación y el ansia de iniciar una nueva vida se va pasando por los diversos estados interiores de los protagonistas, los intentos de retomar la relación, la confrontación con otros matrimonios y por último el establecimiento de una nueva relación que a los pocos días es tan insatisfactoria como la primera. El final queda totalmente abierto.
Se ha escrito una buena novela, tremendamente densa y larga, pero muy escrita y que sabe retener al lector hasta el final. Solo pondría una pega: hay una ausencia total de valores trascendentes.

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