Esfera
de los libros, Madrid (2011), 408 págs. 22 €. T.o: Sépharade. Traducción:
Montse Roca.
Si el lector se ha decidido por esta
novela porque tiene curiosidad por el mundo sefardí, ha acertado plenamente ya
que en ella se entra de lleno en la cultura, las tradiciones y la historia de
esos miles de judíos españoles y sus descendientes que fueron expulsados de su
patria en 1492. Su autora, Éliette Abécassis (Estrasburgo 1969) pertenece a una
familia sefardí marroquí y creció en un ambiente muy practicante de religión y
cultura judías. Es autora de un buen número de novelas casi todas de ambiente
judío y representativa de una fresca literatura de la diáspora, equilibrada y
asequible, sin caer en un sionismo salvaje.
El hilo conductor de la novela es la boda
de Esther y Charles, ambos sefardíes nacidos en Estrasburgo, pero originarios
de dos ciudades rivales de Marruecos. Entre las dos familias hay una relación
de vecindad, pero nublada por menosprecios y equívocos. Toda familia sefardí es
un fuerte núcleo, difícil de romper, porque la posesión de los padres hacia sus
hijos es muy grande y se manifiesta de un modo especial en el momento de elegir
marido o mujer, ya que aunque ahora no son organizadas por los padres, deben de
contar con su beneplácito total y absoluto. Hay que casarse entre judíos y esto
no es fácil, ya que no vale cualquiera.
Pero todo es un pretexto para ir más allá
y hacer una historia fragmentaria y episódica del mundo sefardí, pasando
revista desde los temas más banales y anecdóticos a otros más profundos y desconocidos
como el antagonismo con los asquenazíes (judíos rusos y centroeuropeos) y el
desprecio de estos. En el mismo origen y establecimiento del estado de Israel
los sefardíes fueron relegados a los sitios peores y a las tareas más
humillantes y no lograron superar esta posición sociológica hasta que no fue elegido
un presidente sefardí.
El sefardí añora dos lugares: España
(Sefarad) e Israel. En la novela se recrean los años de España, y se pasa revista
a los procesos de la inquisición y los autos de fe, con una relativa precisión,
los conversos forzados y los judíos ocultos (marranos).
Sorprendentes son las descripciones de la
brujería y la magia tan frecuente entre ellos y la superstición del mal de ojo.
Y más sorprendente todavía es la absoluta credulidad en estos mecanismos.
El sefardí cumple y ama unas tradiciones,
que arrancan de la Biblia y que los identifica e individua como pueblo y les da
una fuerza sorprendente, pero a la vez los sefardíes marroquíes han asimilado e
incorporado la cultura y las costumbre de los bereberes entre los que han
vivido, pero con los que no se han mezclado. Así ha ocurrido en todos los países
donde han estado, por eso, a pesar de haber sido perseguidos constantemente han
conservado su identidad, su raza, su orgullo y nadie ha podido exterminarlos,
aunque muchos lo han pretendido. Ahora bien, en el fondo no es un pueblo
creyente, más bien un pueblo ateo con unas fortísimas tradiciones de origen
religioso.
El ritmo de la novela es desigual, pero
mantiene la atención en base a una buena intriga, a pesar de que a veces se
pierda el hilo conductor; a ello también contribuye la profusión de palabras
judías y en este caso también árabes, tan normal en los escritores israelíes y
de la diáspora.
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